Aún con el cañón de la pistola en la boca, con la mano temblorosa en el
gatillo, recordaba aquella mañana nublada de septiembre cuando entraba
en aquel hotel a las faldas del volcán, con toda una facha de indigente y
la encargada del hotel, con gesto poco amable, le preguntó:
– A quién busca?
Y él solo atinó responder:
– A mí.
En ese entonces no sospechaba lo que eso implicaba… y al mismo tiempo que apretaba los ojos haló el gatillo.
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