Diciéndole “Te odio” con la mirada se levantó y salió de ahí
erguida con paso firme, llegó a su casa y con un respiro casi tan hondo como su
dolor se derrumbó; lloró al punto de deshidratar su deseo de venganza. Un “¿por qué?” rebotaba en su cabeza hasta
que la respuesta de esa pregunta ya no valía la pena. Después lo buscó y dándole las gracias por
todo, hasta por el dolor, recibió con una sonrisa ese “lo siento” y ese “te
extraño” que leyó en su mirada, desde entonces se dedicó a ser feliz.
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